El 22 de junio de 1986 durante el
mundial de fútbol de México, Argentina le gana a Inglaterra con el famoso gol
ilícito de Diego Armando Maradona. La polémica jugada consistió en meter el balón en la portería con la mano, haciendo
creer a los árbitros que había sido con la cabeza. La impotencia que sentían
los ingleses tras verse estafados era indescriptible, sin embargo los
argentinos no cabían dentro de sí debido a la alegría que suponía ganar ese
partido. Que la infracción no fuese descubierta hacía que el gol fuera
doblemente admirado, y al final del partido en gran líder Maradona se jactó de que
no había sido su mano, sino “la mano de Dios”.
El concepto de liderazgo no se
caracteriza por ser una actividad aislada que se lleva a cabo por una sola
persona. Por el contrario, la función de un líder consiste básicamente en
influir en los demás para que el equipo pueda lograr los objetivos y resultados
que se ha propuesto. El líder tiene la capacidad de enseñar el camino y motivar
a los demás a transitarlo.
Lo interesante del liderazgo es que los líderes también modelan conductas. Ahora bien, ¿cuál es el mensaje que
envía Maradona en ese partido? ¡Que la honestidad es para tontos! Que lo
importante es lograr los objetivos cueste lo que cueste, sin importar que en el
camino seamos promotores de fraudes, engaños, alteraciones y mentiras. Que
independientemente de que nuestras acciones repercuten en otros, lo más
importante soy yo y por encima de mí, mi sombrero. ¿Qué pasaría si Maradona en
vez de haber sido un jugador de fútbol hubiese sido el Director de un colegio, el
Gerente General de una empresa, o el Presidente de un país?... ¡Qué peligroso podría llegar a ser el liderazgo en algunos casos!
Da la impresión de que en el
mundo en el que vivimos se valora más a aquellos que tienen como hábito transitar
atajos en función de lograr un objetivo. Aquellos que tienen la viveza de burlar
sistemas financieros para participar en transacciones fraudulentas, los que
rápidamente se lucran participando en actividades económicamente ilícitas, los
que se dedican a hacer negocios fundamentados en marañas, trapicheos, triquiñuelas,
o en definitiva todo aquel que se vanagloria de su fortuna o vida ostentosa que
ha conseguido gracias al dinero mal habido. Lo que podríamos llamar el éxito disfrazado
o falso éxito.
Contradictoriamente, quienes se
han encargado de estudiar las variables que hacen que un equipo, una empresa y
una sociedad sea exitosa, han descubierto que el verdadero éxito se alcanza
cuando los líderes se encargan de vivir y modelar, ante sus seguidores, los valores
más puros del ser humano; la honestidad, la humildad, la honradez y la
sencillez. Lo que constituye la integridad de un líder positivo es justamente la
coherencia entre sus valores y sus acciones. En
alguna oportunidad Peter Senge ha dicho; lo que le falta el mundo para crear
mejores compañías, estrategias competitivas y líderes visionarios, es
contradictoriamente lo que destacan los libros más vendidos sobre management: la dimensión humana de la
empresa.
Aunque algunos líderes mundiales
fomentan el falso éxito, no nos podemos permitir quebrar la integridad que nos caracteriza y que la sociedad hoy más que nunca nos demanda.
Porque al final del día, lo que nos permite agregar valor en los escenarios en
los que nos desenvolvemos, es precisamente garantizar que nuestros actos
repercutan positivamente en quienes nos rodean. Además, el liderazgo no es un concepto enmarcado únicamente al mundo empresarial o el fútbol, también puedes vivirlo en otros
escenarios como líder de tus hijos, de tus hermanos, de tu pareja, de tus
vecinos, de tus compañeros de trabajo. Lo único que hace falta es tomar la
decisión y actuar en consecuencia.
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